Buenos días mis queridiiiiisimos lectores, hoy, después de unas semanas, os escribo. Pero no, no os voy a decir este ultimo fin de semana y no, tampoco os voy a hablar de las ultimas tendencias primaverales. Hoy, quiero hablaros de mi día a día, faltan unas dos semanas para la temida selectividad y recuerdo como si fuese ayer cuando la hice yo. Hace un año decidí lo que iba a estudiar, y digo decidí porque hoy uno de mis profesores, uno de esas asignaturas que no sabes muy bien que tienen que ver con lo que estudiar, una en la que no estudiamos códigos ni leyes, nos ha enseñado la diferencia entre tener una intención y decidir. Es posible que desde hace unos años tuviese la intención de estudiar lo que estoy estudiando, pero no lo decidí hasta que estaba sentada delante del que, aunque aun no lo supiese, sería mi tutor de primero de Derecho diciendo que quería estudiar Derecho aunque a veces la justicia fuese la institución más injusta.
Y es por todo eso que os quiero hablar de mi rutina, en la cual Lora no es la principal protagonista. Quiero hablar de los días en los que no quieres levantarte, los días en los que te despiertas y con los ojos abiertos mirando el techo te preguntas a ti misma si de verdad esa clase es lo suficientemente importante. Y ya os advierto y seguro que muchos más lo pensáis, no, la mayoría de veces vais a contestar que no. Y habrá días en los que el sueño gane y habrá otros en los que después de contestar os vendrá a la cabeza por qué estáis estudiando lo que estudiáis, en mi caso como ya os he dicho, Derecho.
Es cierto, hay muchas leyes, muchos códigos, normas, costumbres, argumentos, romano y latín. Porque quien dijo que el latín era una lengua muerta seguro que no estudió derecho. Hay prácticas, seminarios, charlas, clubs y todo ello sin contar las actividades a las que le dedicamos tiempo fuera de la universidad. Todo eso es cierto, es cierto que a veces duermes menos de lo que desearías, es cierto que a veces poder dormir la siesta es un privilegio, que son estrictos, mucho. Es cierto que siento que cada día el bolso me pesa más, que es muy difícil, que hay mucho temario, que da miedo que el destino de una persona pueda estar en un futuro pueda estar en nuestras manos, que las clases son más largas. Es cierto que, a veces cuando me paro, pienso en por qué estudio lo que estudio.
Pero luego, en una de esas tardes en las que con un poco de tiempo libre paso a ver a mis padres por el despacho, paso y me vuelvo a parar y al pararme me doy cuenta de por qué estudio lo que estudio. Y me doy cuenta cuando veo que llega una sentencia y que han condenado a esa persona que había incumplido la ley, cuando veo que la ley hace justicia, cuando oigo como les dan las gracias, cuando noto su alivio y su alegría. Tenéis razón, a veces la justicia no es justa, a veces el inocente no se libra o el culpable sale impune, pero incluso eso te anima a seguir.
Es entonces cuando pienso que merecen la pena todos los madrugones, cuando le encuentro sentido a las prácticas y a los seminarios, cuando valen la pena las horas de sueño perdidas.
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